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Desde sus inicios, la vida ha estado intrínsecamente ligada al agua. Tanto es así, que en ausencia total de este elemento es impensable su existencia. Para que lo entiendas de otro modo, todas las reacciones químicas y procesos metabólicos de las células ocurren en medio acuoso.
¿Por qué te cuento todo esto? Bien, si tenemos en cuenta la importancia clave que el agua tiene para los seres vivos, no es descabellado pensar que en torno a un curso de agua, la vida se diversifique mucho más y por ende, la biodiversidad sea mucho más elevada. En este sentido cobran mucha importancia los ecosistemas acuáticos, que ocupan en torno al 70% de la tierra. Pero lo que a nosotros nos interesa son los ecosistemas acuáticos de agua dulce.
Se puede definir como un ecosistema de agua dulce a todo aquel cuerpo de agua con poca salinidad. Teniendo esto en cuenta, se pueden clasificar dentro de este grupo a los humedales, los ríos, los pantanos, las ciénagas, etc. Muchos de estos cursos de agua pueden ser temporales, aparecer con las lluvias y desaparecer en la época estival.
Existen dos categorías principales en las que pueden clasificarse los ecosistemas acuáticos con base en si el agua permanece en movimiento o estancada. Por un lado, estarían los ecosistemas lóticos cuando se forman corrientes como en ríos y arroyos. Por otra parte, estarían los ecosistemas lénticos, donde el agua permanece estancada, siendo el caso de lagos o lagunas.
El dinamismo del agua afecta directamente a la fauna y flora que habitan en estos ambientes. Los organismos que viven en los ecosistemas lóticos han desarrollado adaptaciones específicas para sobrevivir en corrientes rápidas, como cuerpos aplanados, ganchos o ventosas para adherirse a las rocas, o la capacidad de nadar contracorriente.
Los ríos, al fluir desde sus nacientes en las montañas hasta su desembocadura en el mar o en otro cuerpo de agua, atraviesan diferentes paisajes, lo que contribuye a la diversidad de hábitats a lo largo de su curso. En sus tramos altos, los ríos suelen ser rápidos y oxigenados, con aguas frías y claras que favorecen a especies como las truchas. A medida que el río desciende, el agua se vuelve más lenta y cálida, acumulando sedimentos y nutrientes, lo que permite el desarrollo de una vegetación más densa y la presencia de una mayor diversidad de especies.
Además de su biodiversidad, los ríos desempeñan un papel fundamental en el transporte de nutrientes y sedimentos desde las áreas terrestres hacia otros ecosistemas acuáticos y marinos. Este transporte es esencial para mantener la fertilidad de las tierras agrícolas y la productividad de los estuarios y deltas, donde muchas especies marinas importantes para la pesca se reproducen.
Por otro lado, los ecosistemas lénticos, como lagos y lagunas presentan características ecológicas distintas a las de los ríos. La ausencia de corriente permite que los sedimentos se depositen en el fondo, creando un ambiente propicio para una amplia variedad de especies de plantas acuáticas. Estas plantas, a su vez, proporcionan refugio y alimento a numerosos organismos, desde pequeños invertebrados hasta peces y aves.
Los lagos y lagunas suelen presentar una zonificación horizontal y vertical. Horizontalmente, se pueden distinguir zonas cercanas a la orilla, conocidas como zonas litorales, que son ricas en vegetación y albergan una gran cantidad de especies. A medida que nos alejamos de la orilla, encontramos la zona pelágica, caracterizada por aguas más profundas y menos vegetación. Verticalmente, los lagos se estratifican en capas de agua con diferentes temperaturas y niveles de oxígeno. Esta estratificación afecta la distribución de los organismos dentro del lago, con especies adaptadas a vivir en las distintas capas.
Un aspecto relevante de los ecosistemas lénticos es su papel en la captura y almacenamiento de carbono. Los lagos y humedales actúan como sumideros de carbono, capturando grandes cantidades de dióxido de carbono de la atmósfera y almacenándolo en sedimentos. Esto ayuda a mitigar el cambio climático, aunque los cambios en el uso de la tierra y el calentamiento global pueden alterar estos procesos, liberando carbono almacenado y contribuyendo al calentamiento global.
Los humedales no son otra cosa que ecosistemas de transición entre ambientes terrestres y acuáticos. Un ejemplo de estos serían las marismas. Estos ecosistemas tienen la peculiaridad de que son extremadamente ricos en biodiversidad. Pueden tener agua de forma continua o bien estacional.
La vegetación en los humedales está especialmente adaptada a vivir en condiciones de anoxia, que se dan debido a la saturación del suelo con agua. Plantas como los juncos, carrizos y manglares tienen sistemas de raíces especiales que les permiten sobrevivir en estos entornos. Además, los humedales son el hogar de muchas especies en peligro de extinción, que dependen de estos hábitats para su supervivencia.
Sin embargo, a pesar de su importancia, los humedales están entre los ecosistemas más amenazados del planeta. La actividad humana, como la agricultura, la urbanización y la construcción de infraestructuras, ha llevado a la destrucción y degradación de vastas áreas de humedales en todo el mundo. Esta pérdida no solo afecta a la biodiversidad, sino que también compromete los servicios ecosistémicos que proporcionan, aumentando la vulnerabilidad de las comunidades humanas a los desastres naturales.
Un ejemplo de esto son las marismas de Doñana, que están siendo fuertemente amenazadas por los regadíos ilegales y las nefastas políticas ambientales que se están llevando a cabo.
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