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La responsabilidad afectiva es un concepto que, con justicia, ha cobrado relevancia. Si bien siempre ha sido parte de las relaciones interpersonales, haberla colocado en el centro de la discusión sobre las relaciones sanas y positivas ha significado un acierto para visibilizar prácticas y conductas perjudiciales. De hecho, en la época de la tecnología y las redes sociales, esta práctica responsable adquiere mayor importancia para evitar daños emocionales relacionados con el ghosting y otras actitudes similares. En este texto, ahondamos en qué consiste la responsabilidad afectiva y cómo aplicarla.
La responsabilidad afectiva es una forma de comportamiento o conducta que demuestra respeto por los sentimientos y emociones del otro en una relación, sea cual fuere el tipo de vínculo. Cuenta con la inteligencia emocional como base, ya que esta permite escuchar activamente, pero también asumir la responsabilidad de actos y palabras sin incidir en tergiversaciones o manipulaciones. Así, aunque una situación sea positiva o negativa, la comunicación de expectativas, opiniones, sensaciones, perspectivas, entre otros, ayuda a gestionar relaciones sanas en las que el respeto mutuo es la principal directriz. Así, la práctica de la responsabilidad afectiva allana el camino para alcanzar relaciones afectivas genuinas, donde la certidumbre, la sinceridad y la empatía favorecen al bienestar y la salud mental de los involucrados. Si bien el diálogo y la reciprocidad son imprescindibles, también la aceptación, sobre todo, cuando es necesario aceptar una separación de manera saludable.
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La irresponsabilidad afectiva se expresa en los siguientes casos.
El término ghosting se ha popularizado no por su sonoridad, sino por lo que significa en las relaciones interpersonales, a saber: desaparecer sin previo aviso. Dejar a la otra persona sin un porqué de esta decisión genera contrariedad, incertidumbre y dolor innecesario. Esta actitud solo demuestra la falta de comunicación asertiva, ya que se elude cualquier conversación para terminar una relación de forma honesta sin “marcharse” abruptamente.
Otro anglicismo que refleja un caso modélico en el que se carece de responsabilidad afectiva es breadcrumbing. Este consiste en generar expectativa en una persona mediante señales o mensajes ambiguos, los cuales demuestran cierto nivel de interés, pero en ningún caso compromiso real. La persona afectada experimenta esperanzas que no llegan a cumplirse, por lo que las señales intermitentes se convierten en una modalidad de manipulación que provoca falsas expectativas.
El benching se presenta como una actitud similar al breadcrumbing, pero se diferencia en que mantiene al otro en un estado constante de espera. ¿Cómo se ejecuta? Se establece una rutina de comunicación en la que solo se busca conservar el interés del otro, a pesar de que no hay intención genuina de establecer una relación. El mantener en “constante espera” le permite al irresponsable afectivo buscar, explorar o valorar otras opciones, mientras que quien aguarda experimenta emociones contradictorias.
Este es otro concepto que ha cobrado relevancia en lo que respecta a las relaciones y vínculos sanos: invalidación emocional. Es una práctica que consiste en minimizar, desacreditar, ignorar, desdeñar o menospreciar los sentimientos de la otra persona. Como consecuencia, esta se siente desoída y desatendida, lo que puede llevarla a sentir soledad, falta de apoyo o considerar que lo que experimenta no tiene relevancia. Aunque se esté en desacuerdo, la validación permite reconocer las emociones y aceptarlas, lo que demuestra respeto.
Otra forma de minar la confianza y estabilidad emocional de una persona es mentir constantemente. Junto con afectar a la relación, provoca inseguridades y desconfianzas, cuyo resultado más común es la pérdida de la conexión emocional y, por tanto, del respeto mutuo. En este sentido, la deshonestidad consigue erosionar la relación, incluso, de una manera irreversible.
En lo que respecta a la responsabilidad afectiva, la infidelidad es el ejemplo por antonomasia de quebrar un compromiso. Esta falta de responsabilidad y respeto deriva en sentimientos de dolor, insuficiencia, baja autoestima, entre otros. Así, es el caso contrario de empatizar con el otro, lo que rompe cualquier posibilidad de una relación afectiva sana y duradera. Una vez dañado, el vínculo puede desaparecer.
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Estas son las acciones que pueden ayudar a que la práctica de la responsabilidad afectiva sea posible.
El estandarte de la responsabilidad afectiva es, sin lugar a duda, la comunicación. Esta consiste en expresar pensamientos, sentimientos y sensaciones de modo tal que la otra persona pueda conocer y comprender qué es lo que le ocurre a quien lo comunica. Se presenta como una clara demostración de respeto y consideración, ya que, aunque no haya acuerdo posible, se evitan confusiones y se aseguran las expectativas realistas.
Pero la comunicación necesita de un atributo adicional: la asertividad. Esta manera de expresarse parte de la premisa de que tanto el lenguaje como el tono deben ser respetuosos y claros. Al evitar ambigüedades, se evitan malentendidos y acusaciones, lo que en definitiva fomenta el respeto mutuo. Siguiendo esto, la responsabilidad afectiva implica el cuidado del cómo y del cuándo.
¿Se puede evitar la falta de responsabilidad afectiva estableciendo límites? Sí, así es, ya que las personas pueden expresar aquellos aspectos que consideran como aceptables o no. Con estos parámetros claros, ambos involucrados se sienten no solo respetados, sino también seguros, ya que el respeto se expresa en interacciones sanas. Además, los límites fomentan una mejor gestión de los conflictos.
En este punto, es claro que la validación emocional es parte de la responsabilidad afectiva. Los vínculos se construyen sobre la base de la empatía, la confianza, la escucha activa y, desde luego, la comprensión mutua. De ahí que validar los sentimientos ajenos sea la expresión más alta de responsabilidad.
Cualquier tipo de relación es susceptible de conflictos, como ocurre con la relación de pareja. La mejor manera de construir vínculos sanos y duraderos es aceptar que los conflictos ocurrirán y que estos deberán afrontarse de manera constructiva, donde la validación emocional, la escucha activa y el cuidado mutuo ayudan a gestionar desacuerdos y aprender de ellos.
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