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La planificación financiera a largo plazo es una tarea imprescindible para personas físicas y jurídicas que buscan un futuro económico estable. Esto solo se logra a través de la confección de un plan sólido, realista y coherente con las expectativas para no solo afrontar diversas oportunidades, sino también para responder con eficacia a las necesidades más apremiantes de determinado momento.
Así, una estrategia bien desarrollada considera variables como la evolución del mercado laboral, la inflación, la rentabilidad de los ahorros, los fondos de pensiones, las inversiones en carteras diversificadas y el cambio en las políticas fiscales. Con todo esto en mente, se pueden adquirir propiedades –particulares o empresariales–, conseguir seguridad económica para la jubilación y afrontar gastos imprevistos sin recurrir necesariamente a crédito.
Como puede verse, la planificación financiera a largo plazo busca minimizar riesgos, maximizar los recursos disponibles y anticiparse a situaciones imprevisibles.
La planificación financiera a largo plazo inicia con la comprensión de la situación económica actual. Solo a partir de esto es posible proyectar el uso eficiente de los recursos, incluso de aquellos que se espera poseer a corto y medio plazo. Con esto en consideración, se puede crear una hoja de ruta con las pautas fundamentales para cumplir objetivos, siempre con el menor riesgo posible. Pero, ¿qué se debe tener en cuenta? Veamos.
El primer paso, sea una persona, familia o empresa, consiste en identificar y documentar todas las fuentes de ingreso, como los salarios, las rentas, los activos, las pensiones, entre otros.
Al conocer con precisión no solo los montos, sino también las fechas en las que estos ingresos tienen lugar, facilitan el proceso de planificación, lo que incluye tanto la capacidad de ahorro como de endeudamiento.
En todos los casos, los involucrados, sea una o más personas, deberán tener en cuenta que sus actividades deberán atenerse a los objetivos a largo plazo.
También es importante registrar meticulosamente los egresos. ¿Por qué? Aunque se tenga una idea estimada de cuánto dinero se utiliza mensualmente, contar con un registro permite tener una idea clara de los puntos en los que se gasta más o menos.
Este ejercicio, que puede requiere en ocasiones la presencia de un contable, ayuda a comprender los puntos en los que más recursos se utilizan junto con otros gastos fijos como los servicios básicos, cuotas de hipotecas, alquileres, entre otros.
Por ejemplo, facilita reconocer gastos que podrían optimizarse, como las cantidades destinadas a ocio, viajes o compras. Esta identificación minuciosa propicia el desarrollo de presupuestos más realistas y ayuda a detectar oportunidades de ahorro.
Para lograr una buena planeación financiera a largo plazo, es importante partir de los objetivos a medio plazo. Estos se presentan como escalones que conducen a una meta mayor. Por ejemplo, cuando se tienen cuentas pendientes, una manera de responder es buscar la liquidación de deudas en los próximos años, ya sea dos y tres.
Una vez cubiertos gastos de este tipo, se puede proceder a crear lo que popularmente se conoce como “colchón económico”, es decir, una cuantía ahorrada que puede destinarse a inversiones o adquisiciones de bienes. Con estos objetivos intermedios, es más sencillo monitorear el progreso de la planificación a largo plazo.
Con las metas y el marco económico claros, se procede a implementar una estrategia financiera consistente con las necesidades personales y los objetivos trazados. En el caso de particulares, estos pueden optar por asesoría financiera personalizada para incursionar en diferentes formas de ahorro y generación de recursos, como los depósitos a plazo fijo, la participación en inversiones u otros medios de generar ingresos con trabajo.
En el caso de las empresas, estas tienen un entramado financiero más sólido que requiere la participación de equipos de finanzas y contabilidad para poder analizar las oportunidades de ampliar el mercado, controlar los activos y pasivos de manera eficiente, tomar decisiones y contar con un plan de gestión de riesgos financieros.
La inversión y el ahorro son las formas más sólidas de crear riqueza. En el caso de la inversión, se puede participar en fondos mutuos, bienes raíces, acciones, bonos, entre otros. Cada tipo de inversión tiene diferentes niveles de riesgo y retorno, así que hay que considerar las perspectivas de ganancia. El ahorro, por su parte, se realiza en cuentas en bancos, cajas o entidades financieras destinadas a este fin. Se debe elegir la mejor opción en cuanto a retorno, o sea, intereses.
Dentro de las metas financieras a largo plazo más comunes, se encuentran la planificación para una jubilación cómoda, la adquisición de una vivienda, la educación de los hijos y la creación de un legado. Cada una de estas metas requiere un enfoque estratégico y tácticas personalizadas para su consecución:
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