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De sobra es sabido que la obsolescencia programada existe y que estamos sometidos a ella, aunque no sea nuestro deseo. Esta obsolescencia no es por el uso determinado que le demos a un producto, sino que es programada para acortar su vida útil a conciencia. Con esta estrategia empresarial se consigue que los usuarios de esos productos los consuman en multitud de ocasiones en vez de solo una.
Los productos son diseñados para que se desgasten, se vuelvan obsoletos o dejen de funcionar después de un periodo de tiempo específico, siendo a menudo fabricados de manera que no se puedan reparar fácilmente o sus piezas no estén disponibles. Esto obliga a los consumidores a comprar un nuevo producto en lugar de reparar el antiguo.
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Igualmente, las empresas lanzan nuevas versiones de productos con características o mejoras que hacen que los modelos anteriores se perciban como desfasados, aunque todavía funcionen correctamente. Además, son diseñados con materiales o componentes que se desgastan rápidamente o que son propensos a fallar después de cierto tiempo.
Hay varios tipos de obsolescencia programada, que pueden clasificarse de diferentes maneras según sus características. Los principales tipos son:
Se refiere a la incapacidad del producto para seguir funcionando correctamente debido a fallos en sus componentes o diseño que hacen que sea difícil o costoso repararlo.
¿A quién no se le ha estropeado alguna vez la placa electrónica de un electrodoméstico? El aparato puede estar perfecto, pero al romperse una pieza clave que no puede ser reemplazada o que cuyo coste es similar al aparato nuevo, hace que el producto deje de ser útil o eficiente.
Se basa en hacer que un producto parezca anticuado o fuera de moda antes de que realmente deje de funcionar. Es un tipo de obsolescencia impulsada por cambios en el diseño, la estética o las tendencias.
En este punto, podemos recordar las colas de los consumidores para adquirir nuevas versiones de productos, sobre todo tecnológicos.
Los sistemas operativos están programados para necesitar actualizaciones cada un determinado tiempo. Algunas de estas actualizaciones, pueden provocar que el dispositivo no sea compatible con otro software, haciendo que queden obsoletos a pesar de que el aparato funcione perfectamente.
Son los productos o dispositivos que son diseñados de manera que no sean compatibles con nuevos estándares o tecnologías, lo que hace que se vuelvan obsoletos. Por ejemplo, un televisor que no puede ser actualizado para soportar nuevos sistemas de transmisión o un teléfono que no es compatible con nuevas aplicaciones o accesorios.
Consiste en dejar de fabricar piezas de repuesto para un producto, de modo que se vuelve imposible repararlo una vez que se daña o desgasta.
Para intentar paliar esta práctica, la Unión Europea aprobó una serie de medidas que garantizan el “derecho a reparar” de los consumidores en el que “el fabricante estará obligado a reparar un producto por un precio y en un plazo razonables tras el fin de la garantía”.
Esta obsolescencia se presenta cuando el costo de mantener o reparar un producto supera el costo de comprar uno nuevo.
Este caso nos referimos a la práctica de fabricar productos con componentes que tienen una vida útil limitada, de modo que el producto falle en un plazo predecible. Como ejemplo claro de este caso podemos nombrar las lámparas incandescentes
El origen de esta práctica se atribuye a la industria del automóvil estadounidense, cuando en 1924 un ejecutivo de General Motors, Alfred P. Sloan Jr., sugirió lanzar nuevos modelos cada año para mantener las cifras de venta.
La obsolescencia programada surge de una combinación de factores diseñados para maximizar las ganancias a corto plazo, como la reducción de costos, el impulso del consumo constante y el aprovechamiento de la innovación tecnológica. Aunque puede ser beneficiosa para las empresas en términos de ventas, genera impactos negativos en los consumidores, el medio ambiente y la economía en general, ya que fomenta el consumismo, el desperdicio y la escasa sostenibilidad.
Aunque parezca que es “nadar a contracorriente”, se puede conseguir luchar contra esta práctica aplicando pequeñas estrategias.
La primera puede ser apostar por productos duraderos de calidad. En la sociedad de consumismo en la que vivimos, es difícil encontrar tiempo para investigar y encontrar el mejor producto. Pero asegurarnos de que el producto elegido resistirá el paso del tiempo nos garantiza que romperemos el ciclo de obsolescencia programada.
Otra alternativa, que no siempre es posible, es la de apostar por reparar y actualizar en lugar de desechar el producto ante el primer fallo que presente.
La siguiente estrategia que cada vez está más en auge es la de optar por productos reacondicionados o de segunda mano. Existen empresas que garantizan los productos de estas características y que se están haciendo un hueco importante entre el mercado y los consumidores.
Tras la lectura de este artículo, confío en haberte transmitido algunas pautas para que las tengas en cuenta en tus próximas adquisiciones. Todo sea por colaborar con nuestro planeta y dar prioridad a la sostenibilidad ambiental.
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