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"El 70% de la superficie del planeta Tierra es agua". Esta es una de las frases que con seguridad la mayoría de personas recordamos de la época escolar. Y sabemos que de ahí viene el apodo de nuestra casa grande: "el planeta azul". No obstante, es probable que no sepas que de ese 70%, solo el 2,5% corresponde a agua dulce.
¿Cómo teniendo tanta agua tenemos problemas de sequía en diferentes partes del mundo? ¿No es posible usar el agua del mar para combatirlas? La respuesta no es sencilla, aunque en la cabeza de muchas personas la solución sea fácil: convertir el agua salada en dulce.
En este artículo te explicaremos por qué desalinizar el agua del mar no es un proceso tan fácil ni efectivo, y por qué debe acelerarse el cuidado de los recursos hídricos.
La crisis climática provoca un enorme impacto económico y social en el mundo: aumenta la inseguridad alimentaria, causa grandes pérdidas económicas y pone en riesgo la vida de millones de personas y de especies de fauna y flora. Una de sus caras más visibles es la sequía, que en España está causando grandes problemas a comunidades como Andalucía o Cataluña con restricciones en el consumo de agua.
En este escenario, las desaladoras o desalinizadoras de agua se están abriendo camino como una opción para aprovechar el agua de mar para proveer de agua dulce a comunidades costeras o de isla. De hecho, España es uno de los países líderes en esta técnica. Por ejemplo, según el Gobierno de Canarias en "Fuerteventura y Lanzarote prácticamente la totalidad del agua que se consume procede de plantas desalinizadoras". No obstante, esto requiere de un gran consumo eléctrico, que puede suponer incluso más del 10% del gasto de la isla.
Se estima que hay más de 22.000 plantes desalinizadoras en el mundo. Y, de acuerdo con la International Desalination and Reuse Association (IDRA) el medio oriente es la región donde hay una mayor producción.
No obstante, por cada galón de agua salada extraída, solo se obtiene un galón de agua dulce. Además, se estima que solo el 3% del agua dulce es producida con esta técnica, por lo menos en España.
Las desaladoras o desalinizadoras usan un método de osmosis, que permite filtrar la sal y otros minerales o impurezas para hacerla dulce. Para conseguir que sea potable el agua, hay que someterla a procesos adicionales. Los residuos que quedan se conocen como salmuera (tiene una concentración dos veces superior al agua de mar) y contaminantes, que se suelen verter en el mar nuevamente.
No obstante, alterar la salinidad del mar con estos residuos y con los posibles contaminantes, tiene un impacto indeseado en los ecosistemas. Así, tener una producción a gran escala no sería viable, ni sostenible, pues ya se conoce cómo la alteración de los ecosistemas desencadena grandes daños a medio y largo plazo.
Además, en este proceso las plantas suelen usar químicos para limpieza, que tienen un alto impacto ambiental también. Otro de los mayores aspectos a considerar es que el proceso requiere de muchos recursos energéticos y tecnológicos. Así, dependiendo de la tecnología utilizada, puede tener un alto costo y emisiones de carbono, que solo contribuirían más a la crisis climática. No obstante, países como Arabia Saudí cuentan con plantas desalinizadoras que funcionan con energía solar. Sin embargo, sigue habiendo una necesidad de mejorar el proceso de gestión de los residuos que quedan del proceso.
En este sentido, convertir el agua salada en dulce es una solución que puede ayudar en ciertos contextos o regiones, pero no es una solución para los problemas de agua del mundo. Sus altos costos, el incierto impacto ambiental y la dificultad de llevarla a ciertas zonas la hacen una solución que no se pueda llevar a gran escala, por ejemplo, a la agricultura mundial.
Por esta razón es necesario replantearse los modelos de producción y apostar por los planes de conservación de las fuentes hídricas de agua dulce. Esto implica optimizar los modelos de agricultura, restaurar ecosistemas vitales para los ciclos del agua y construir resiliencia.
Es preciso señalar que, de acuerdo con información de las Naciones Unidas, las sequías han aumentado en un 29% desde el 2000. Además, expertos internacionales han coincidido en que es necesario poner el foco en enfoques proactivos y de reducción de riesgos frente a las sequías y no simplemente en soluciones reactivas. Para ello es fundamental frenar la degradación de la tierra.
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