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Una de las industrias más contaminantes es, sin lugar a dudas, la industria de la moda. No solo utiliza muchos recursos para la elaboración de ropa –agua, tierra, materias primas–, sino también contribuye con la generación de toneladas de desperdicios que termina en vertederos alrededor del mundo. Debido a su gran capacidad de contaminación, urgen medidas que puedan atajar sus consecuencias negativas tanto en el medioambiente como en la sociedad. Ante esto, surge la moda sostenible, una propuesta que intenta priorizar el reciclaje, los materiales orgánicos y la reutilización de prendas de vestir. A continuación, se comentan los aspectos básicos en torno a esta.
Las industrias que producen mayor huella de carbono están directamente relacionadas con la energía, el petróleo, el transporte y la alimentación. Si bien se tiene consciencia de que, por ejemplo, la industria cárnica es responsable de millones de toneladas de dióxido de carbono, la industria textil también forma parte de este grupo compuesto por al menos cinco tipos de actividades económicas. Se cuentan, así, más de mil millones de toneladas de gases de efecto invernadero emitidos por la industria de la moda, lo que representa al menos el 10 % de la huella de carbono global. Esto explica la necesidad de tomar medidas en torno a la moda sostenible para disminuir esta cifra hacia 2050.
Hay que considerar que, asimismo, la industria textil utiliza ingentes cantidades de agua para producir prendas de vestir. Sumado a esto, se vierten aguas contaminadas –que contienen sustancias químicas, microfibras y tintes– en ríos, arroyos, océanos y demás fuentes de agua potable. A nivel mundial, esta industria participa de al menos un 20 % de la contaminación del agua apta para el consumo humando. Como un efecto añadido, se contaminan tierras donde se emplazan las factorías de textiles y ropas. Se busca, por tanto, reducir el consumo de agua y la contaminación de las fuentes de agua dulce.
La industria textil también participa de uno de los grandes sectores más contaminantes: el transporte. Para transportar ropa en un contexto globalizado –que usualmente se produce en grandes cantidades en Asia–, se recurre al transporte terrestre, aéreo y marítimo. Precisamente, el transporte naviero es el que más contamina, a pesar de contar con normativas en cuanto a la cantidad de azufre que puede llegar a contener el combustible. Para 2020, por ejemplo, se estimó que un solo buque mercante contaminaba tanto como 700 millones de automóviles.
Por si no fuera poco, muchas prendas terminan en vertederos que ocupan grandes extensiones de territorio, como ocurre en Atacama (Chile) y Kenia, por nombrar algunos ejemplos. En estos espacios, se alojan millones de toneladas de ropa que, en su mayoría, llega inservible. Solo una pequeña parte puede ser reutilizada o reciclada, lo que obliga a incinerar las prendas que no tendrán una segunda vida. En Kenia, por ejemplo, para 2021, se contaban más de 110 millones de prendas, de las cuales más de 90 millones no podían reutilizarse o estaban hechas de plástico.
En el proceso de producción de la industria de la moda, se ocupa mucha mano de obra barata en países en los que los derechos laborales son mínimos. En muchas ocasiones, asimismo, se contratan mujeres y niños de manera clandestina para largas jordanas de trabajo con sueldos muy por debajo de la media del país. La implicación ética de estas prácticas alcanza, desde luego, al consumo de esas prendas, que son en muchas ocasiones fabricadas en condiciones infrahumanas. Un caso modélico de esto puede encontrarse en el colapso de Rana Plaza en Bangladesh, ocurrido en 2013, donde fallecieron al menos 1134 personas, muchas de ellas en condición de subempleo.
Optar por prendas de alta calidad hechas con algodón orgánico y materiales reciclados reduce el consumo de agua y recursos naturales. La elección consciente entre comprar menos o comprar sostenible puede disminuir la huella de carbono individual en un 30%.
Investigar y elegir marcas que practiquen el comercio justo y utilicen materiales naturales es vital. Estas marcas a menudo tienen certificaciones que garantizan prácticas éticas y un menor impacto ambiental.
La ropa de segunda mano promueve una economía circular, lo que reduce así la necesidad de producción nueva. Esto disminuye la demanda de recursos naturales y minimiza el impacto ecológico.
El alquiler de ropa no solo contribuye con la compra innecesaria de prendas que usualmente se utilizan en pocas ocasiones, sino también ayuda a los comercios locales a crecer e incrementar su oferta. Se trata de prendas de fiesta, vestuarios de danzas, disfraces, trajes, entre otros.
El fast fashion o moda rápida está orientado a la producción masiva de ropa para un consumo inmediato y breve en el tiempo. Esto hace que la ropa sea de mala calidad y casi imposible de reciclar, ya que en su gran mayoría está hecha con materiales sintéticos. Es necesario, entonces, acudir a las prendas duraderas del sector textil y aprovecharlas por mucho más tiempo.
La correcta conservación de la ropa, como lavar en temperaturas bajas y evitar productos químicos agresivos, extiende su vida útil y reduce la necesidad de nuevas prendas. Además, permite venderlas, donarlas o darles un segundo uso.
La donación y venta de ropa usada promueven la reutilización y contribuyen a una economía circular. Esta práctica puede evitar que millones de prendas terminen en vertederos cada año.
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