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Durante el tiempo de hospitalización de un paciente, las dietas hospitalarias, diseñadas específicamente para abordar una variedad de necesidades y dolencias médicas, desempeñan un papel vital en la restauración de la salud del paciente. Estas dietas no solo se basan en suplir necesidades nutricionales esenciales, sino que también se adaptan con precisión a las condiciones únicas de cada paciente y a las enfermedades por las que esté pasando.
Desde aquellos que buscan perder peso de forma controlada hasta aquellos que están tratándose trastornos digestivos, problemas cardíacos o condiciones críticas, todos se benefician de dietas hospitalarias personalizadas que complementan adecuadamente el tratamiento médico prescrito. ¡En este artículo te explicamos los principales tipos de dietas hospitalarias que podemos distinguir según la tipología de paciente y sus dolencias!
Las dietas hospitalarias son planes de alimentación, mediante los que se seleccionan los alimentos más adecuados, para garantizar que un enfermo hospitalizado mantenga o alcance un estado de nutrición óptimo. Pueden perseguir un efecto terapéutico, de mantenimiento o preventivo. Por lo tanto, es necesario saber cómo elaborar una dieta adecuadamente.
Así, estas son un elemento esencial del proceso de recuperación del enfermo, que parte de sus necesidades y restricciones, de ahí que su naturaleza sea esencialmente individualizada. Sin embargo, hay enfermos que no necesitan un régimen dietético especial, debido a que no tienen déficits nutricionales, ni su enfermedad demanda el control de determinados nutrientes.
En esos casos se aplicaría lo que se denomina dieta basal o normal. Un tipo de dieta hospitalaria, que debe tener en cuenta los gustos del paciente, pero también la necesidad de mantener un estado de nutrición óptimo.
Cuando una persona hospitalizada presenta necesidades nutricionales específicas, se debe contar con un experto en nutrición hospitalaria que diseñe una dieta terapéutica. Este plan de alimentación se adaptará a las características del enfermo y a sus necesidades puntuales sin que interfiera en el tratamiento médico.
Son diferentes los tipos de dieta hospitalaria que se llevan a cabo en los centros de salud. Entre ellas, encontramos adaptaciones al tipo de necesidades que requiera un paciente, pues es aquí donde radica su verdadera importancia.
En primer lugar, hemos de hablarte de la dieta basal o normocalórica, también llamada de mantenimiento. En cuanto a esta, se trata de una dieta que pretende encontrar un equilibro entre la ingesta y el consumo. Así, esta aporta 2.200 - 3.000 kcal, de manera que cubre las necesidades a nivel físico y psicológico del paciente. Pero como puedes imaginar, no todos los pacientes necesitan este tipo de dieta. Por ello, se contemplan también las siguientes:
La dieta basal no es un tipo de dieta que se deba llevar a cabo para bajar o subir de peso por nuestra cuenta, no es ese su objetivo. Este tipo de dietas están pautadas para las personas que han sido hospitalizadas y en el momento del alta, no es un tratamiento a seguir. Por lo que su principal objetivo es la mejora del paciente durante su estancia hospitalaria.
Entonces, la dieta basal debe estar basada en alimentos vegetales, por lo que el consumo de frutas, verduras, hortalizas, cereales integrales y legumbres debe ser primordial. Además, se puede complementar la alimentación con carne, pescado, huevo y lácteos si el paciente lo desea.
También, la proporción de nutrientes se debe adaptar a las necesidades que tenga el paciente. El reparto debe ser 55% de hidratos de carbono, un 30% de proteínas y un 15% de grasas puede ser adecuado para un determinado paciente, pero para otro no. La personalización es fundamental. En cuanto a la bebida, suele ser agua o agua con gas (salvo contraindicaciones del médico).
Por su parte, lo que no se aconseja en una dieta basal es la presencia de cualquier ultraprocesado en cualquier variante de la misma. El consumo de bollería, galletas, cereales, cacao saludable, zumos o batidos es lo habitual en los hospitales. El consumo de azúcar en un paciente hospitalizado empeora el estado del mismo, haciendo que el tiempo que está ingresado sea mayor. Bebidas como el alcohol, refrescos, zumos o batidos tampoco están aconsejados porque contienen grandes cantidades de azúcar en su composición.
Esta dieta consiste en consumir alimentos en estado líquido o semilíquido. Puede incluir caldos, jugos, sopas claras, gelatinas y bebidas como agua, té o café. Se suele utilizar en casos de preparación para cirugías o procedimientos médicos, o cuando el paciente tiene dificultad para masticar o tragar alimentos sólidos.
Similar a la dieta líquida, la dieta semilíquida permite alimentos en forma de líquidos y alimentos de consistencia suave. Puede incluir purés, batidos, pudines, sopas espesas y algunos alimentos triturados. Es útil en casos en los que se busca una transición gradual de líquidos a sólidos después de una cirugía o enfermedad.
La dieta blanda consiste en alimentos de fácil digestión y baja en fibra, por ejemplo, alimentos cocidos o hervidos como arroz, pasta, purés de verduras y carnes magras. Se recomienda para personas con problemas gastrointestinales leves o después de cirugías abdominales, ya que es menos irritante para el sistema digestivo.
Esta dieta se basa en alimentos que ayudan a reducir la inflamación y la irritación en el tracto gastrointestinal. Incluye alimentos como arroz blanco, compotas de manzana, plátano maduro y tostadas. Puede ser útil en casos de diarrea o trastornos intestinales.
Esta dieta está diseñada para ser administrada a través de una sonda nasogástrica o enteral. Los alimentos se presentan en forma líquida o en polvo, y se ajustan según las necesidades nutricionales del paciente. Se utiliza cuando el paciente no puede comer o tragar normalmente.
En esta dieta, se restringe por completo la ingesta de alimentos y líquidos durante un período determinado. Se utiliza antes de procedimientos médicos que requieren un tracto gastrointestinal vacío o en situaciones médicas específicas. El ayuno también puede ser prescrito como parte del tratamiento en ciertas condiciones.
Estas dietas están pensadas para personas con problemas de sobrepeso u obesidad. La restricción calórica implica reducir la cantidad total de calorías ingeridas para promover la pérdida de peso. Aunque se limitan las calorías, es esencial mantener la ingesta de nutrientes esenciales como vitaminas, minerales y proteínas para evitar deficiencias nutricionales.
Se enfocan en limitar la ingesta de carbohidratos, especialmente los carbohidratos simples de rápida absorción, que pueden provocar aumentos rápidos en los niveles de glucosa en sangre. Son especialmente relevantes para personas con diabetes o problemas de control glucémico.
Aunque la proteína es esencial para muchas funciones del cuerpo, en ciertos casos médicos, es necesario restringir su ingesta. Esto puede ser relevante para personas con problemas hepáticos o renales, ya que un exceso de proteína podría empeorar estas condiciones. Algunas enfermedades, como la amiloidosis, hepatitis y otras mencionadas, pueden requerir una reducción drástica en la cantidad de proteína ingerida para prevenir complicaciones.
Están diseñadas para reducir la ingesta de grasas, especialmente en personas con niveles elevados de colesterol y triglicéridos en sangre. Una dieta hipolipídica se enfoca en limitar las grasas para ayudar a mejorar los perfiles lipídicos y reducir el riesgo cardiovascular.
Las dietas bajas en fibra, como la dieta sin residuos, son necesarias en situaciones donde se busca reducir la carga sobre el sistema digestivo. Se utilizan antes de intervenciones quirúrgicas, procedimientos de limpieza de colon o para tratar problemas gastrointestinales como gastroenteritis o diarrea.
Se recurre a ella cuando un paciente no puede comer o tragar normalmente debido a problemas médicos, como cirugías, enfermedades graves, dificultades en la deglución u otras condiciones que impiden la ingesta oral. Así pues, se administran los nutrientes directamente en el estómago o el intestino delgado a través de una sonda colocada a través de la nariz (sonda nasogástrica) o directamente en el abdomen (sonda enteral).
Resulta muy útil para personas que luchan con el estreñimiento crónico o temporal. Esta comprende alimentos como las frutas frescas, verduras, legumbres, cereales integrales, jugos naturales, aceite de oliva, nueces, yogur, etc. combinados con una buena hidratación.
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