Curso de Tratamientos con Opioides. Efectos Secundarios (Titulación Universitaria + 8 Créditos ECTS)
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Los opioides son una clase de analgésicos poderosos que interactúan con receptores específicos en el sistema nervioso central para aliviar el dolor. Entre ellos se encuentran sustancias como la morfina, la oxicodona y el fentanilo. Aunque son eficaces para controlar el dolor moderado a severo, su potencial adictivo ha generado una creciente preocupación en el ámbito de la salud pública. En la actualidad, la popularización de opioides sintéticos como el fentanilo ha agravado la situación, ya que es considerablemente más potente y presenta un mayor riesgo de mortalidad que otros opioides que venían consumiéndose.
En este artículo hacemos un repaso de la historia de la crisis de los opioides desde sus orígenes, sus regulaciones, su desregulación hasta la situación actual de las adicciones de los opioides, especialmente centrada en Estados Unidos. También hablaremos sobre la grave crisis del fentanilo que se está produciendo en estos momentos y de posibles soluciones para abordarla.
La evolución del papel de los opioides en la sociedad ha experimentado diferentes etapas a lo largo de la historia. En un primer momento, en el siglo XIX, el dolor se consideraba una parte natural del envejecimiento y se asociaba con una respuesta positiva a un tratamiento. Sin embargo, a partir del siglo XIX, se produjo un cambio en la percepción del dolor, y se empezó a hacer más hincapié en la sensación de bienestar del paciente. La introducción de la anestesia fue un hito significativo, ya que permitió cirugías más largas y complejas. La morfina, fabricada a partir de 1820 en Alemania, se convirtió en un producto común, sin regulación, y se comercializaba para automedicación.
Alrededor de 1870, se observó con preocupación ciertos casos de uso demasiado habitual de la morfina y en 1898, Bayer introdujo la heroína como tratamiento para la tos. En 1910, se desencadenó la primera epidemia de opioides en Estados Unidos, llevando a la aprobación de la Harrison Narcotic Control Act en 1914, por el que las compañías que manufacturaban y distribuían medicamentos con morfina debían registrarse en las autoridades estatales.
La opiofobia marcó el periodo III (1915-1970), con regulaciones que limitaban el uso de opioides y perseguían a médicos que los recetaban. Por otro lado, una parte de la población percibía que la legislación sobre opioides era demasiado restrictiva y que no se estaba paliando el dolor debidamente, lo que impulsó un movimiento a favor del uso adecuado de opioides desde los años 20 hasta los 70.
Entre los años 1973-1990, la preocupación por el tratamiento insuficiente del dolor en pacientes con enfermedades crónicas motivó que se estudiara y se cuestionara el temido riesgo de adicción. En 1986, la OMS reconoció el tratamiento del dolor como un derecho universal y destacó la eficacia de los opioides. A raíz de estas declaraciones, se aprobaron nuevas formulaciones de opioides, como MST CONTINUS y Durogesic.
En la década de los 80 y 90, se desató en Europa una epidemia de opioides ilegales con un consecuente aumento en las tasas de adicción, pero sin correlación con el consumo de opioides de prescripción. La regulación en algunos países mantuvo bajo el uso de morfina. La FDA aprobó nuevos medicamentos como MST CONTINUS en 1987 y Durogesic en 1990.
En algunos países europeos, como Alemania, Austria, Italia, España y Portugal, los gobiernos eran altamente restrictivos respecto al uso de opioides, con requisitos especiales de prescripción y controles estrictos. Por ejemplo, en España, se requería un formulario especial de prescripción personal que debía presentarse y aceptarse en las autoridades comepetentes antes de que el médico pudiera recetar opioides.
En 1993, en una conferencia en Bruselas, se destacó la necesidad de hacer que los opioides fueran más accesibles para pacientes con cáncer, señalando la opiofobia como una barrera al tratamiento del dolor oncológico.
A partir de 1995, se observó un aumento en las prescripciones de opioides en Estados Unidos, con aprobaciones de nuevas formulaciones como OxyContin y Actiq. En el periodo 2000-2009, se relajaron regulaciones en la prescripción, pero surgieron problemas de abuso, especialmente con OxyContin. Las medidas de control del gobierno, la FDA y otras agencias se intensificaron a partir de 2000 debido al aumento de muertes por sobredosis y al abuso de opioides, especialmente OxyContin.
En 2001, la FDA retiró las referencias al bajo riesgo de adicción de la ficha técnica de la oxicodona de liberación retardada. La década del 2000 también vio la aprobación de la Ley 791 en California, que incluyó la evaluación del dolor como un elemento esencial en la atención sanitaria.
En 2021, las muertes por sobredosis de fentanilo y otros opioides alcanzaron cifras alarmantes, llegando a 70.600 defunciones. A pesar de su uso legítimo en cirugías y tratamientos de dolor agudo, su consumo ilegal ha aumentado significativamente en las últimas dos décadas. El auge del fentanilo se atribuye en parte a la liberalización de los opioides para uso médico y al consecuente aumento de las prescripciones de opioides desde los años 90 con medicamentos como OxyContin. De hecho, hay varios procedimientos legales abiertos contra algunas farmacéuticas (destaca Purdue Pharma) por haber promovido su uso indebidamente a sabiendas de su impacto en la salud de los pacientes.
Otro factor que facilita su difusión es su accesibilidad. Se sintetiza con facilidad en laboratorios clandestinos y se vende a un precio muy económico. La adicción al fentanilo es especialmente fuerte por sus efectos sedantes y la sensación de bienestar extremo que provoca. A su vez, superar la adicción al fentanilo es complicado, ya que el síndrome de abstinencia asociado al fentanilo es bastante doloroso en contraste con el placer que produce.
Se plantean diferentes vías de actuación para combatir la epidemia de opioides y otras drogas que asuela al mundo desde el Estado:
Regular la industria farmacéutica y las prescripciones médicas: Implementar políticas más estrictas en la prescripción de opioides por parte de los profesionales de la salud. Es bien sabido que una de las causas de la creciente adicción a los opioides son los intereses de la industria farmacéutica, que publicita e impulsa la comercialización de estos medicamentos para beneficio propio. Para ello, los organismos públicos deben realizar evaluaciones más exhaustivas de los casos en los que conviene o no recetar opioides. Además, se deben ofrecer programas de formación específicos para los médicos sobre los riesgos asociados con los opioides y algunas alternativas de tratamiento menos adictivas.
Ampliar el acceso a tratamientos para la adicción: Fortalecer y ampliar los programas de tratamiento para la adicción a opioides. Para ello se ha de aumentar la disponibilidad y accesibilidad de terapias de sustitución de opioides en zonas donde las tasas de adicción con el objetivo de agilizar el proceso de recuperación. Cuando una persona adicta al fentanilo tiene a su disposición servicios de desintoxicación y apoyo psicológico, esta tendrá menos probabilidades de recaer.
Educación pública sobre opioides: Promover campañas educativas a nivel nacional sobre los riesgos de los opioides, la prevención de sobredosis y las señales de adicción. Se puede empezar por organizar charlas en los colegios en las que se proporcione información clara a la población sobre los peligros del fentanilo y otros opioides sintéticos. También es recomendable instruir a los profesionales de la salud para que puedan administrar naloxona, un medicamento que revierte los efectos de la sobredosis de opioides.
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