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La terapia de aceptación y compromiso se encuentra dentro de las terapias de tercera generación. Caracterizada por una visión holística del individuo, busca crear una vida plena a través de la admisión de los pensamientos y emociones, una relación flexible con el contexto y el reconocimiento de valores fundamentales. Esto permite lograr cambios, los cuales parten de las acciones comprometidas. ¿Quieres saber más sobre esto? ¡Te contamos más en este post!
Estas terapias, desarrolladas en la década de 1950, se centraron en la modificación de la conducta. Partían de la premisa de que los trastornos psicológicos se catalogaban como conductas disfuncionales y, por lo tanto, modificables debido a su naturaleza aprendida. Las formas de tratamiento tomaron los fundamentos del condicionamiento clásico y operante, donde la desensibilización sistemática y el análisis funcional fueron los más aplicados, respectivamente.
Las terapias de segunda generación integraron la perspectiva cognitivo-conductual tras identificar que el conductismo, en sí mismo, no ofrecía resultados óptimos en el abordaje de ciertos trastornos. Así, propusieron un abordaje orientado al pensamiento y procesamiento de información, cuyas consecuencias pueden observarse en los comportamientos y emociones. En otras palabras, las conductas estarían mediadas por pensamientos disfuncionales.
Las terapias de tercera generación abordan al individuo de manera holística; esto es, entienden al sujeto como parte de un horizonte sociocultural que influyen no solo en sus pensamientos, sino también en sus acciones. En este sentido, estas terapias buscan reorientar la atención del sujeto hacia el reconocimiento de valores y metas para vivir una vida plena y significativa. Con todo, se trata una orientación psicosocial donde la vinculación con el medio es determinante para el éxito de las terapias.
La terapia de aceptación y compromiso (en inglés, Acceptance and Commitment Therapy, ACT) pertenece a las terapias de tercera generación. Esto explica su atención en el apoyo y ayuda a las personas en los procesos de aceptación de pensamientos y sentimientos en lugar de ir en contra de la sintomatología asociada a ellos.
En este sentido, orienta al sujeto a comprender que muchas de estas expresiones (e.g. dolor, frustración) son parte natural de sus vivencias y que, por lo tanto, son inevitables. Se espera el desarrollo tanto de la tolerancia como de la flexibilidad psicológica para que las personas actúen en concordancia con sus valores personales.
En este sentido, se busca cambiar la relación que estas tienen con sus experiencias internas. A través de ejercicios experimentales, se fomenta la aceptación y se promueve la acción comprometida, que implica tomar medidas concretas hacia objetivos significativos. Este enfoque contextualista funcional considera que los problemas psicológicos surgen cuando las personas evitan sus experiencias internas, lo que en consecuencia limita su capacidad para vivir una vida plena.
La aceptación consiste en acercarse a las experiencias internas sin juicios de por medio, lo que deriva en el reconocimiento de sentimientos, pensamientos y sensaciones físicas. En pocas palabras, se trata de una actitud racional mediante la cual se los observa tal y como son. El malestar se reduce cuando se comprende que no se trata de un combate contra sus síntomas.
Siguiendo lo anterior, la defusión consiste en observar los pensamientos según como aparecen, a saber: palabras, razonamientos, lenguaje, entre otros. Este procedimiento permite comprender que no son inalterables, sino, al contrario, son solo eso: concreciones cognitivas mediadas por el contexto o la situación personal.
La terapia de aceptación y compromiso realza la importancia de experimentar plenamente el aquí y el ahora. Podría decirse, incluso, que es uno de sus principios centrales, en tanto que el pasado no puede modificarse y el futuro es incierto por definición. El presente, en este sentido, se muestra como el único momento genuino para disfrutar de la vida. Desde luego, se atiende al contexto, de modo que se promueve una relación flexible con él.
El “yo observador” se entiende como la capacidad de observar, con distancia, los pensamientos y situación propios. Es la habilidad de desapegarse de las concepciones en torno a uno mismo (narrativas) que pudieron haber permeado actitudes e interactuado, con uno mismo y los demás. Se busca abandonar el juicio limitante.
¿Cuáles son las bases para una aceptación y compromiso genuinos? La respuesta se encuentra en el reconocimiento de los valores individuales, los cuales trazan el camino hacia acciones y modos de vida positivos. Su centro se encuentra en las metas, creencias y demás aspectos de trascendencia personal.
La acción comprometida está en consonancia con los valores individuales. ¿Cuáles son sus alcances? Las personas deben actuar en coherencia con sus más profundos intereses y visiones de la vida sin atender necesariamente a las exigencias o expectativas sociales. Los cambios implementados en el día a día, por lo tanto, se circunscriben en este acto de reconocer qué hacer y para qué se hace.
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