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Vivimos en un mundo de exposición gobernado por las redes sociales, por la globalización y por la información. En este mundo, para cualquier ser humano, es bastante posible conseguir 15 minutos de fama, aunque esta sea efímera y fugaz. Todos podemos salir en una foto o en un vídeo que se viralice, y hasta tal punto llega esta red, que un evento tan relevante en nuestra vida como es la muerte tampoco pasa desapercibido.
Aquí entra en juego la esquela funeraria, una práctica que desde el siglo XIX ha convertido en tendencia el último gran evento de la vida de las personas, aunque sea solo en el pueblo o en el barrio donde residían. Las esquelas también reciben el nombre de necrológicas. El objetivo de la esquela, como la concebimos actualmente, ha sido dar a conocer a vecinos y parientes el deceso de un conocido.
La palabra esquela procede del griego, concretamente del diminutivo skhidé, que viene a significar “hojita”. En un primer momento, no estaban únicamente relacionadas con el anuncio de ceremonias fúnebres. En la Edad Media comenzaron a utilizarse los denominados mortuarium por parte de la iglesia, unas grandes cartas con el borde negro y la cruz en su margen superior izquierdo. No fue hasta el año 1732 cuando se acuñó por primera vez el término “esquela” como lo conocemos hoy en día
De cualquier modo, ya en el lejano Egipto se tallaba en piedra o en monumentos información sobre los difuntos como forma de honrar su memoria. Sin embargo, no fue hasta la aparición de la imprenta que los periódicos locales comenzaron a hacerse eco de la muerte de los vecinos. Y no, el objetivo no era cumplir el último deseo de Antoñita de salir en un medio público, sino aportar información sobre la hora de su muerte, su edad, y el lugar donde se celebrarían tanto la ceremonia como el funeral.
Con el paso del tiempo, las esquelas funerarias fueron incorporando además las condolencias y homenajes de los familiares.
Hoy en día, en plena era digital, la muerte se ha modernizado y se ha subido al carro de las tecnologías. Gracias a esto, las esquelas pueden difundirse a través de los periódicos en su formato digital, llegando mucho más lejos, y permitiendo así que la noticia sobre la defunción cruce los límites geográficos, no quedándose solo a nivel local. Si Antoñita levantase la cabeza, seguramente se vería sobrepasada por el alcance de su figura en la red.
A pesar de la era digital, en España, por ejemplo, sobre todo en los pueblos más pequeños, la esquela sigue funcionando como lo hacía antaño. Las necrológicas en este caso no se colocan únicamente en las puertas de las iglesias o funerarias. También se disponen en las puertas del hogar de los familiares o bien en la puerta del inmueble donde solía residir el fallecido.
No hay que olvidar la fuerte tradición confrade que se vive, sobre todo en el sur, en Andalucía. La necrológica en estos casos también puede incluir información o escudos de la hermandad o cofradía a la que pertenecía el difunto, sobre todo si este estaba plenamente involucrado en vida.
El precio de una esquela viene marcado normalmente por el periódico en el que se va a publicar. Existen diferentes tarifas dependiendo de si la esquela se publica a nivel local, a nivel de una comunidad autónoma, o bien a nivel estatal. También hay que tener en cuenta el tamaño de la misma. Los módulos más pequeños suelen tener un coste comprendido entre los 250 y los 1200 euros. Por otra parte, si la esquela ocupa una página completa, el precio puede ascender a los 6000 o los, 12000 euros.
Por lo general, para que una esquela se publique de forma efectiva, lo ideal es enviarla el día anterior, y existen dos formas de hacerlo. O bien se puede contactar directamente con el diario en el que se pretende publicar, o se puede hacer el encargo a la empresa funeraria donde se velará al difunto.
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