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Hablar más de un idioma es un aspecto diferencial en el ámbito profesional y laboral. Aun así, en un mundo cada vez más globalizado, la comunicación es fundamental no solo para lograr alianzas, relaciones sólidas en los negocios o explorar nuevos mercados, sino también para disfrutar del arte, el turismo y la cultura asociada al idioma.
El aprendizaje de un idioma extranjero implica superar diversas etapas en las que se aprende y, a la vez, se obtienen recompensas personales y cognitivas. Reconocer los logros es parte del proceso, pero también lo buscar las maneras más adecuadas para interiorizar las normas, palabras y expresiones de la lengua de interés.
Entonces, te habrás preguntado cómo estimular el cerebro para aprender idiomas. Si lo has hecho, este post es para ti. Te brindamos 6 claves para avanzar en tu propósito. Let’s do it!
Para emprender el camino de aprender un nuevo idioma, debes saber que el cerebro funciona como un músculo y, a la vez, como un compañero. Si tomamos en cuenta lo primero, es claro que debe haber un entrenamiento constante y riguroso para subir progresivamente de nivel mientras se estudia, por ejemplo, chino mandarín o francés. Pero ¿sabías que otra manera de estimularlo es a través del compromiso?
Si cuentas con una meta, lo mejor que puedes hacer es comentarte a ti mismo los beneficios del proceso a pesar de que haya momentos en los que logres pocos avances. En este sentido, la perseverancia opera como una conversación que sostienes contigo mismo: ¿por qué seguir estudiando? ¿Veo resultados? ¿Qué beneficios tendré a futuro? ¿Debo aprender un idioma para mejorar mi perfil o también para sentirme realizado?
Las respuestas están en ti. Recuerda: un diálogo interno positivo puede empujarte a cumplir la meta de hablar un nuevo idioma.
El aprendizaje inmersivo es imprescindible para adquirir competencias lingüísticas en otro idioma. ¿A qué se debe esto? El cerebro está atento a detalles y estímulos; diríamos que no se pierde de nada. No obstante, para sensibilizarlo más, la mejor opción es sumergirse por completo en el idioma de interés a través de la interacción constante con hablantes nativos, la cultura y los medios de comunicación.
Hay muchas maneras de hacerlo. Cuando viajar no es una opción posible por diversas razones, recuerda que hay dinámicas e intercambios lingüísticos en tu ciudad, sobre todo, en los institutos, escuelas o cafeterías culturales de tu país. En lo que concierne a otros aspectos, considera que estamos en la era digital, donde todos podemos acceder a recursos virtuales para estudiar con más o menos facilidad.
Si lo tuyo son los idiomas, busca cómo insertarte en diferentes espacios o actividades (como cine, foros, conferencias, entre otros), donde estés en contacto directo con las maneras en las que el idioma cobra cuerpo. Ojo: el idioma no solo se estudia, sino que también se vive.
¿Por qué te interesa estudiar un nuevo idioma? Como viste, hay motivaciones personales y profesionales. Pero ¿son suficientes? Son la base del aprendizaje, en la que el compromiso, la perseverancia y el interés genuino ocupan lugares importantes. Sin embargo, para potenciar el proceso y estimular así tu cerebro, debes tener en cuenta que el aprendizaje debe ir más allá de lo antes mencionado: intenta hacerlo incluso más personal. ¿Cómo?
Un nuevo idioma te permite acceder a diferentes maneras de ver el mundo; en efecto, es el camino que transita hacia las formas en las que comprendes tu identidad. ¿Te gusta la música, la literatura, el cine, el folklore, la vida urbana de los países anglosajones, por ejemplo? ¿Te gustaría vivir en algún país de Asía o Europa? Las respuestas están en ti, pero pueden intuir a dónde va esto: escribir, hablar sobre proyectos, estudiar temas de tu gusto, y todo en el idioma objetivo, permiten mejorar las habilidades lingüísticas.
En pocas palabras, se trata de potenciar la motivación incluyendo aspectos que disfrutarás sin ninguna. Esto hace que el aprendizaje sea más natural y acomodado a tus verdaderos intereses.
Otro paso necesario en la estimulación del cerebro para aprender idiomas es, desde luego, la rutina. Esta consiste en establecer horarios, más o menos fijos, destinados al estudio de vocabulario, gramática, sintaxis y pronunciación (speaking), así como la realización de actividades de escucha (listening) y producción escritura (writing).
Las habilidades lingüísticas se desarrollan conforme el cerebro está sujeto a un entrenamiento continuo, más aún cuando se combinan diferentes actividades que permiten englobar todos los aspectos del aprendizaje.
Así, la rutina permite la adquisición de conocimientos y habilidades y la revisión de lo aprendido; en otras palabras, permite conocer el avance, así como los aspectos en los que se debe incidir para mejorar. Como se suele decir, sin hincar los codos, no hay aprendizaje posible.
Si no eres un lector empedernido, te recomendamos empezar a incluir los libros en tu rutina de aprendizaje de idiomas. Esta actividad no solo enriquece el vocabulario –comprender las nuevas palabras según el contexto en el que se usan es una habilidad valiosa–, sino que también mejora la comprensión de aspectos gramaticales, sintácticos y morfológicos de la lengua estudiada.
Pero ¿cómo hacerlo? Como se mencionó arriba, todas las actividades de aprendizaje deben relacionarse con intereses personales para hacer del proceso más ameno y significativo. En este sentido, te recomendamos explorar tus intereses, elegir géneros literarios de tu gusto y empezar por textos de corta extensión. Progresivamente, podrás leer textos más largos, complejos y especializados. No olvides que la lectura (reading) es imprescindible cuando se adquiere un nuevo idioma.
Por último, recuerda que la memoria y la agilidad deben ser estimuladas con la práctica para no perder conocimientos básicos del nuevo idioma. Pero ¿qué es lo que se memoriza? Principalmente, se incorporan reglas gramaticales de diferente complejidad y, sobre todo, vocabulario, cuya variedad puede llegar a ser, incluso, abrumadora, más aún cuando se estudian idiomas con muchas variantes geográficas.
Por su parte, la agilidad se practica en situaciones en las que se requiere velocidad de interpretación y participación, como las conversaciones con hablantes nativos. En el caso de la escritura creativa, esta permite adquirir velocidad en la elección de palabras, estructuras y modos de expresar ideas, describir escenarios o personajes, o definir conceptos.
El esfuerzo detrás de estas actividades es beneficioso en todo sentido: obliga a la mente a utilizar todos sus conocimientos.
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