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La industrialización, iniciada a mediados del siglo XVII, moldeó la concepción de la actividad económica basada en la maximización de la producción y la explotación indiscriminada de las fuentes de energía naturales. Sin embargo, la ocurrencia de graves problemas como el cambio climático, el desequilibrio ecológico, la desertización, la contaminación atmosférica y la pobreza, entre otros, evidenciaron la necesidad de revisar el impacto de las actividades económicas y su influencia en el equilibrio ecológico del planeta.
En este aspecto, planteamientos como el expuesto por Hardin (1968) en La Tragedia de los comunes mostraron la importancia de repensar la forma como se ejecutaban las actividades económicas y su influencia en el equilibrio ecológico. Éstas se identifican como las acciones productivas desarrolladas por las empresas para sustentar el desarrollo económico global. Por tal motivo, organismos internacionales, como la Organización de las Naciones Unidas -ONU- han incrementado sus esfuerzos para estimular la implantación de sistemas productivos que aseguren el desarrollo sostenible.
Según la ONU, las actividades económicas y su influencia en el equilibrio ecológico son el objeto de estudio de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE), término acuñado en 1953 por Bowen, quien instó a los empresarios norteamericanos a asumir las consecuencias de sus actividades empresariales. Desde entonces, se enfatizó en la protección del medio ambiente como base del civismo empresarial y ámbito de acción de la RSE.
Igualmente, los organismos internacionales han consolidado una gestión integradora de los marcos para el desempeño de la ciudadanía responsable por parte de las empresas. Esto, con énfasis en el desarrollo de estrategias de producción que minimicen el impacto de las actividades económicas y su influencia en el equilibrio ecológico.
Es justo destacar que el estudio sobre el desarrollo de las actividades económicas y su influencia en el equilibrio ecológico ha sido conscientemente abordado por gran parte del sector empresarial. Éste ha participado en la construcción de soluciones consensuadas en pro de armonizar sus intereses económicos con las necesidades de una sociedad más interesada en el crecimiento económico sostenible y el equilibrio social.
Afortunadamente, la alerta sobre el dañino desarrollo de las actividades económicas y su influencia en el equilibrio ecológico se ha convertido en uno de los factores clave para la emergencia de una nueva consciencia colectiva. En ésta, se privilegia la ocurrencia del valor de triple impacto (económico, social y ecológico) como sustento para la productividad.
De allí que las actividades económicas propias de la construcción, la agricultura, la industria petrolera y la acuicultura, por mencionar algunas, se fundamenten en el desarrollo de la "economía verde" garantizando la protección del ambiente y el equilibrio ecológico planetario.
A pesar de la acción consensuada de las grandes empresas la protección ambiental no depende únicamente de la actuación consciente de éstas, debido a que el desarrollo sostenible es responsabilidad de la sociedad en general. A ésta corresponde velar por la implantación y el cumplimiento de normas para mantener sano el medio ambiente. También es responsable de la reeducación de sus integrantes y de la emergencia de una cultura ambientalista, sustentada en los siguientes principios:
Por tal motivo, el tratamiento de la sostenibilidad y de las estrategias para su desarrollo se concibe como un eje transversal en el currículo educativo a nivel global. De forma que el estudio de las actividades económicas y su influencia en el equilibrio ecológico se realiza en todos los niveles educativos, desde la primaria hasta los postgrados. Esto con el fin de establecer las bases de la “cultura ecológica” que privilegia la conservación del medio ambiente y la biodiversidad, así como el equilibrio ecológico del planeta por medio del desarrollo de la economía verde.
A finales del siglo XX la realización de las actividades económicas y su influencia en el equilibrio ecológico, se sometió al escrutinio de los grandes centros productivos del mundo como respuesta a las protestas realizadas por los grupos de influencia y organizaciones no gubernamentales. Entonces, se generaron diversas leyes que instaban al sector productivo a realizar programas e implementar estrategias para garantizar el uso racional de recursos no renovables como el agua.
Sin embargo, fue en marzo del 2009 cuando se firma el Nuevo Acuerdo Verde Global (PNUMA, 2009) producto de la gestión del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y de la gestión de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). En ese acuerdo se emplea la frase “crecimiento verde” y se establece la necesidad de gestionar el desarrollo económico global en forma armónica y sostenible.
Posteriormente, la mayor parte de las normas nacionales para regular el desarrollo de las actividades económicas y su influencia en el equilibrio ecológico acogieron términos vinculados con la sustentabilidad económica. Entre los más comunes destacan: crecimiento verde, producción verde y economía verde. En realidad, todos estos términos hacen referencia al logro de un desarrollo económico que garantice un ambiente sano para las futuras generaciones, es decir una economía ecológicamente sostenible que no dañe a la naturaleza.
En la actualidad, las empresas comprometidas con el desarrollo sostenible deben consolidar principios que sustenten una gerencia de nueva generación, cuyo norte sea el ejercicio de la responsabilidad y el compromiso con la sostenibilidad ambiental. Esto solo puede lograrse, consolidando valores empresariales que puedan ser compartidos por las futuras generaciones para garantizar su continuidad.
Igualmente, éstas organizaciones deben implantar estrategias que aseguren la gestión de la RSE e integrarlas en el modelo de negocio, en la estrategia corporativa y en las políticas que orienten a la gerencia. Pero, sobre todo, se debe incentivar la generación de una cultura interna proactiva que garantice el alineamiento de todos los integrantes de la organización con los valores y principios caracterizados en la identidad organizacional. Estos deben autoevaluar continuamente cómo se desarrollan las actividades económicas y su influencia en el equilibrio ecológico.
Asimismo, deben esmerarse en reducir los problemas ambientales y contribuir con los objetivos del desarrollo sostenible. De esta forma, la manifestación de los principios de la cultura empresarial del desarrollo sostenible comienza por involucrar a todos los integrantes de la empresa en la gestión de sus actividades de manera responsable con el medio ambiente natural y social. Además de fomentar el desarrollo integral de la comunidad donde la empresa realiza su gestión.
Vale resaltar que de la misma forma como las empresas juegan un rol determinante en la consolidación de la cultura del desarrollo sostenible, corresponde al sistema educativo continuar estudiando el desarrollo de las actividades económicas y su impacto ambiental, desde todos los ángulos posibles y en todas las materias que conforman los programas de estudios.
Además, el estudio de este tema, siempre debe dar paso al planteamiento de estrategias y acciones que contribuyan a reducir el impacto de todas las actividades humanas en el ecosistema. Asimismo, la cultura conservacionista debe formar parte de los objetivos de la formación integral de los alumnos y orientar el desempeño de los futuros profesionales en su ámbito laboral.
Por esta razón, el desarrollo de la cultura ecológica debe nutrir la filosofía de todas las carreras ofertadas por las instituciones educativas a nivel global. De allí que, Euroinnova, la Escuela de negocios para la Formación online Euroinnova, comprometida con el desarrollo de esta cultura ambientalista oferta cursos, talleres y postgrados que incentivan el ejercicio de la gerencia sostenible. Visita nuestra Web y conoce nuestra oferta diseñada en la modalidad Educación a Distancia.
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