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El Instituto Nacional de Salud Mental, define a los traumas de la infancia como: "Un evento emocionalmente doloroso o angustiante que experimenta un niño, y que a menudo resulta en efectos duraderos mentales y físicos."
Algunos traumas tienen causas muy obvias, como accidentes, la muerte de un familiar querido… pero otros no son tan visibles y es necesario indagar si se quiere superar el malestar que no nos deja continuar con una vida sana y placentera.
Tanto el psicólogo especialista en infancia, como los expertos en emociones, serán los encargados de hacer que niños y niñas con traumas de la infancia consigan superar sus miedos y seguir adelante con educación. ¿Te sumas al equipo?
Cada niño es un mundo y tiene una historia detrás que necesita ser comprendida para asentar las bases de su desarrolla. Es muy importante que, docentes y el resto de trabajadores de la educación, sepan detectar a tiempo los traumas de la infancia u otras anomalías que le impidan progresar.
Quizás esta pregunta te parezca irrisoria, pero muchas personas sufren traumas de la infancia y, aunque no los han detectado, sí que les está influyendo para evolucionar en muchos aspectos de su vida. Puede ser que el malestar emocional que sufres, la falta de autoestima, los ataques de ira, o la mala gestión de la frustración estén estrechamente relacionados con un trauma infantil que no identificas, o del que estás vagamente consciente, pero tienes miedo o vergüenza de verbalizar
Los expertos recomiendan que, si sufres de ansiedad, tienes alguna fobia, te cuesta adaptarte a nuevos entornos o conciliar el sueño, te plantees acudir a un especialista.
Estos son algunos de los indicadores de que podemos estar siendo “víctimas” de nuestros traumas de la infancia.
Los niños con traumas de la infancia presentan cierto rechazo a sus maestros, ya que, si el daño emocional viene dado por la figura de un adulto, será normal que estén “siempre alerta” y distantes. Este sería el primer reto del profesional que los trate: ganarse su confianza.
El sentimiento de seguridad y la paciencia son clave para que estos pequeños se abran y atiendan a los estímulos que les llegan del exterior.
Los niños traumatizados, generalmente, tienen problemas para entender y canalizar sus emociones y, así como la aceptación de pensamientos negativos o la hipervigilancia, son grandes obstáculos para su desarrollo de aprendizaje.
La falta de concentración, el autoaislamiento con respecto a otros compañeros e incluso la agresividad, pueden manifestarse si el alumno no consigue sentirse seguro en clase.
Actualmente, seguimos teniendo un modelo jerárquico de educación en el que, la mayoría de las veces, se usa el refuerzo negativo para enseñar buenas conductas; pero esto no funciona con los alumnos con necesidades especiales.
En la educación tradicional, la figura del maestro es autoritaria y más que como un apoyo, se ve como un elemento superior al que rendir cuentas si algo sale mal. Además, se tiende a retirar la atención y la ayuda a los estudiantes que se portan mal cuando, lo realmente constructivo, sería profundizar en el porqué de su conducta e intentar mejorarla ofreciendo alternativas.
Concentrarse en la atención positiva incluye premiar el buen comportamiento y el cuidado. De lo contrario, los niños sentirán que sus elecciones no importan ni tienen ningún impacto en sus sentimientos hacia ellos. Estos actos de amabilidad y comprensión, les harán entender que no hace falta portarse mal para llamar la atención.
Los estudios muestran que comportarse de manera anormal, como orinarse en la cama, negarse a comer en las comidas, usar palabras o gestos groseros o tener arrebatos agresivos, a menudo son respuestas provocadas por un trauma personal experimentado por un niño. Tratar de eliminar estos comportamientos puede ser contraproducente.
Como tal, es crucial que los educadores comprendan las principales vías de desarrollo que pueden verse afectadas por el trauma infantil y cómo apoyar la resiliencia a través de estas vías.
Los traumas que mayores problemas revierten en la educación de los niños suelen venir de entornos cercanos, como en la familia. Maltrato, abusos, presenciar situaciones violentas o la desestructuración de la familia mal gestionada son los episodios que más profundamente calan en la infancia.
Brainspotting, es una psicoterapia que se basa en la observación de la expresión ocular para identificar en qué punto de nuestro cerebro guardamos aquello que nos perturba para así poder resolver el malestar emocional.
Los expertos en Neuropsicología han descubierto que hay una zona del cerebro que registra todos los acontecimientos agradables y desagradables y otra que registra el momento en el que se dieron. Durante el trauma, se incrementan considerablemente los niveles de hormonas del estrés y esto hace que el registro temporal deje de funcionar, haciendo que el paciente crea que el problema continua.
El Brainspotting acude a los ojos para ayudar a realizar un ejercicio de autoconocimiento permita entender cómo, cuándo ocurrió y cómo te sientes al respecto. Y, una vez detectadas las causas, se pueden estudiar las posibles soluciones. Los ojos son el medio para llegar detectar sentimientos como el odio, el amor, la rabia y el cariño; el abandono y la compañía.
Partiendo de la base de que no a todas las personas le funcionan las mismas técnicas, los trastornos de la infancia pueden curarse deteniéndonos a entender estas premisas:
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